La casa de la abuela

Aquella casa le atraía, un halo misterioso la envolvía y la buscaba. Sintió el deseo de entrar, la alambrada estaba descuidada, rota en algunos puntos, así que no tuvo problema para acceder a la finca.
El camino escondido entre las raíces de los árboles, los setos, hierbajos que en algún momento, debieron hacer de aquel, un lugar hermoso.
Una fuente maltrecha en el centro frente a la puerta. Unos pajarillos la guardaban. Algunos restos del añil y bermellón quedaban, huella de aquellos tiempos de bonanza.
Una lagartija salió despavorida al crujir la madera de los escalones. Con cuidado, subió, parecían maltrechos. La lluvia, el viento, se habían ocupado de aquella cuestión.
Algunas de las ventanas estaban tapiadas por ladrillos, cristales rotos en las demás. Por un instante se quedó observando aquella casa desde el porche.
Su mente la llevó muchos años atrás, por un momento, escuchó la voz de su madre. Empujó la puerta con presteza. La luz iluminaba nuevamente la entrada, aquella lámpara de araña brillaba, su reflejo en el mármol blanco.
Los peldaños de aquella gran escalera de caracol, pasarelas de risas, de sueños.
La voz de mama en la cocina al fondo tras las escaleras, antes de llegar a ella estaba la gran habitación, así la llamaban todos, era la de la abuela.
Se asomó, y no pudo evitar dar un respingo al ver el estado en que se encontraba.
Entró y se sentó en el centro de la habitación y cerró los ojos, mientras vislumbraba exactamente donde estaba situado cada mueble, cada alfombra, cuadros, adornos.
Un pequeño baúl, era lo único que quedaba allí en ese lugar dónde antes estuvo la gran cama de la abuela.
Ella anduvo con cuidado hasta la cocina y se quedó boquiabierta. No esperaba encontrar a nadie allí. Una muchacha estaba sentada en su mesa de cocina, comiendo un bocadillo de sardinas y tomate recién preparado.
Que buena pinta tenía. Leía un libro, espera le sonaba, era uno de sus libros. ¿Y como había entrado allí? Se preguntó.
Qué tontería igual que ella. La gata también, estaba allí. Su pelaje gris perla era inconfundible. Maguó y paso junto a ella, la acarició, pero ella no le hizo caso, ¡que extraño! Era quien más jugaba con ella.
Bueno, no importaba. Se había quedado en el quicio de la puerta sin hacer ruido, observando pero no se percató de su presencia. Decidió subir la escalera y dar una vuelta por el resto de la casa, quería recordar viejos momentos.
Su habitación, estaba exactamente igual que aquella noche, si, cuando los ladrones entraron en la casa. Ella estaba terminando de estudiar, tenía examen de Álgebra al día siguiente. La lamparita aún estaba encendida.
Sorprendida se dio media vuelta para regresar al pasillo y cuando estaba allí, se dio cuenta, de que aquello era imposible.
Cuantos años hacia de aquello, había pasado mucho tiempo, ella era una muchacha y ahora…
En el recodo había un espejo, lo recordaba perfectamente, esperaba que aún permaneciera allí. Fue despacio, vacilante, le temblaban las piernas, de pronto había empezado a sentir frío, era sólo miedo, se decía a si misma, para calmarse, pero, se sentía ligera, mucho y tenía mucho, mucho frío.
De su garganta salió un horrible estertor, cuando su reflejo fue devuelto en aquel espejo tallado en oro que su madre había encargado directamente al mejor joyero de la ciudad.
Era imposible, la joven muchacha que aquella noche fue dada por muerta en el asalto de la casa.
Una fuerte ráfaga de viento le azotó el rostro, su abundante cabellera color negro, poco a poco sus rasgos se fueron desfigurando, las oquedades quedando al descubierto. Un fuerte olor a musgo, a esa humedad de la tierra que no se ha renovado en años en el jardín. Y entonces, se miró fijamente en el espejo y no vio nada.
Algo se movía entre sus dedos, ¡Ay! que asco, un gusano. Por fin recordaba, consiguió salir de aquel agujero en el que la habían encerrado, se olvidaron de ella.
Necesitaba una ducha, olía horriblemente mal. Desde la ventana del cuarto de baño, mientras se duchaba podía ver aquel lugar.
Vió a su padre, con él permaneció todo este tiempo, atados el uno al otro, también estaba libre, por fin…

@María José Luque Fernández

Publicado por María José Luque Fernández

Escritora siempre, en las redes desde 2011. Tras el paso por diversos blogs personales como Sonrisas de Camaleón, uno más de mis pensamientos, sensibilidad a flor de piel, piel morena&piel blanca o Junco y gacelas; Una web "El poder de las letras" como administradora y editora Colaboraciones en periódicos y revistas digitales como Globatium, Prensaldia, Malagaldía y El País en su edición Talentos y Entrevistas a escritores Antologías y colaboraciones con Circulo de escritores y otros autores Ahora se asoma un momento de la vida, el atardecer que se encamina hacia el encuentro del karma con el que todos deseamos encumbrar nuestro caminar hacia Ítaca. Este es el nuevo espacio para las letras y todo aquello que conforma mi ser en estos días. 19 libros editados, 16 publicados entre poemarios, ensayo, relatos, cuentos para niños y novelas.

12 comentarios sobre “La casa de la abuela

  1. Hola María José, la imagen del gusano en los dedos es muy simbólica, como todo el texto, has creado una gran atmósfera y unos detalles tenebrosos, un buen aporte para el reto. Muchas gracias.

    Un abrazo. 🙂

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  2. Estupenda historia, con un final espeluznante y atípico. Pero toda ella da escalofríos (hemos coincidido en la descripción de la casa, esos sentimientos nostálgicos que provoca).

    ¡Un gran aporte! 🙂

    Un saludo 🙂

    (Maite)

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  3. Hola, María José. Un fantástico relato que nos muestra dos cosas: La que muestras, que un hogar son algo más que cuatro paredes, que es un espacio físico, pero también emocional. Esto lo reflejas mostrando el hoy y el ayer de esa casa.

    Por otro lado, nos haces ver la terrible tragedia acontecida. Aquella noche que cercenó varias vidas por la violencia atroz de unos ladrones que se llevaron mucho más que las cuatro cosas que pudieran cargar.

    Muy buen relato. Un abrazo!

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